Roberto Lebegue, el «sacerdote-peluquero»

Roberto Lebegue, el «sacerdote-peluquero»

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23 de mayo de 2021

En los años 60 del siglo pasado, algunos sacerdotes optaron por vivir en varias poblaciones y campamentos. El mensaje de Cristo los instaba a compartir sus vidas con las necesidades, luchas y sueños de los más pobres de nuestro país. El sacerdote Roberto Lebegue Cure fue uno de ellos. Aunque su historia no es muy conocida, permanece en la memoria y corazón de muchos pobladores de diversas comunidades de Santiago, del norte de Chile y de Venezuela. El siguiente artículo de nuestro colaborador, Claudio Jorquera, rescata parte de su compromiso pastoral y social.

Por Claudio Jorquera Aceituno

Esa tarde, el P. Roberto salió de su casa, una mediagua en el Campamento “Liberación” de Maipú, y se dirigió a la plaza del pueblo. Ahí se reunían trabajadores que participaban en una huelga general. Al llegar, se integró al grupo de hombres y mujeres que escuchaban a los dirigentes. Uno de los participantes lo reconoció y le pidió que hablara a los obreros convocados. Él accedió. Luego escribirá: “Me recordé en ese instante, de la presencia de Cristo y de Pablo entre grupos que tenían opiniones y actuaciones muy diferentes y a veces bien opuestas a la liberación anunciada por Cristo. Vi a esta gente caminando ‘sin pastores’ y me decidí a predicarles a tiempo y a destiempo”.

“Roberto Lebegue, sacerdote – peluquero”, así firmó, en el periódico Presencia, del Movimiento Obrero de Acción Católica (MOAC), la nota en la que narró esa experiencia. Era, efectivamente, sacerdote y peluquero. Había adoptado ese oficio en el campamento donde tenía su hogar.

Sus convicciones

Algo de lo que dijo a los asistentes en esa concentración refleja su pensamiento sobre el cristianismo, las luchas sociales y la opción por los pobres.

Hoy, con estas palabras sin odio, sin venganza, sin rencor, les anuncio la buena nueva que llamamos el Evangelio.

 Me puse de lado de los pobres, de sus manifestaciones mezcladas de buen trigo y de cizaña: «El comía con los publicanos y los pecadores», sin ser cómplice del pecado

 Si todavía el pueblo cristiano tiene el sentimiento que hay una oposición entre Amor y lucha de clases, viene de su concepto individualista y contemplativo del cristianismo. Sólo el Amor es verdaderamente revolucionario. Es el Amor el que debe provocar la lucha y es el Amor el que juzga esta lucha.

 Liberar a los cristianos ricos de sus privilegios es devolverles y hacerles posible la fidelidad al Evangelio.

 Esta lucha se impone no sólo por amor al hombre sino más por amor a Cristo y a su Iglesia.

 ¿Quién fue este sacerdote?

De origen francés, llegó a Chile en 1961. Fue asignado a la Parroquia Nuestra Señora del Carmen de Maipú, como vicario cooperador. Muchas familias aún lo recuerdan porque inició los movimientos infantiles “Corazones valientes” y “Almas valientes”. Estas organizaciones permitieron a muchos niños y niñas desarrollar sus potencialidades sociales y experimentar la vida en comunidad.

En 1964 llegó a Conchalí y en 1966 se nacionalizó chileno. Luego, fue nombrado asesor de la JOC (Juventud Obrera Católica) y del MOAC. El Concilio Vaticano Segundo recién había terminado y la renovación de la Iglesia empezaba lentamente. Esa reunión en Roma propuso, entre otras cosas, una eclesiología centrada en la Palabra de Dios y en la valoración de la persona como “el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales”. Para el P. Roberto, esas propuestas reafirmaron sus convicciones pastorales.

Asimismo, la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, realizada en Medellín, Colombia, en 1968, también afianzó sus certezas y proyectos. Los obispos pedían que los sacerdotes compartieran “la suerte de los pobres, viviendo con ellos y aun trabajando con sus manos”. Desde su ordenación, este sacerdote ya había elegido vivir con y como los pobres.

Campamento “Liberación” de Maipú

En 1969 volvió a Maipú. Con su ministerio sacerdotal, ejerció el oficio de peluquero y lideró un grupo de hombres, mujeres y niños que luchaban por sus derechos. Con ellos realizó acciones para denunciar las injusticias de la comuna y apoyar la sindicalización de los campesinos del lugar. Interrumpió un acto cívico-militar que conmemoraba el “18 de septiembre” e intentó tomar el Templo Votivo en construcción. Ambos hechos le ocasionaron críticas, agravios y amenazas de parte de conspicuos y violentos vecinos de la comuna.

Después del golpe de estado de 1973, la dictadura cívico-militar lo expulsó del país.

Exilio en Venezuela

 Residió en Venezuela hasta 1978. Vivió en un barrio pobre en la ciudad de Barquisimeto. Allí organizó a la comunidad para defender sus derechos a la vivienda digna y a la salud. Su trabajo con los niños y sus familias, así como su apoyo a las luchas sociales, todavía son recordados. Su nombre identifica una calle y una casa de acogida que recibe a hijos de cafeteros que van a estudiar a la ciudad.

En la mira de la CNI

En 1979, volvió a Chile y fue acogido por Mons. Fernando Ariztía, obispo de Copiapó. En esa diócesis sirvió en parroquias de Copiapó, Freirina y Huasco. En esas comunidades, su trabajo pastoral estuvo centrado en mostrar la presencia de Cristo a los obreros y sus familias. Su preocupación por el desarrollo de los niños y niñas, lo llevó a crear el MOANI (Movimiento Apostólico de niños y niñas).

La defensa de los derechos humanos y la lucha por la vuelta a la democracia en Chile, le originó graves problemas con la dictadura cívico-militar. Lo seguían, grababan sus homilías y hasta interceptaban su correspondencia. Paradójicamente, gracias a uno de los informes de la CNI, se conocen cartas que envió a otros sacerdotes comprometidos en la misma causa, Guido Peeters, Mariano Puga y Pierre Dubois.

Desde el Evangelio miró el entorno social

El 23 de noviembre de 1998, a los 74 años, partió a la Casa del Padre. Su vida dejó huellas en las comunidades donde, como su Maestro, fue servidor. En Copiapó llevan su nombre una fundación de desarrollo social, una calle y un centro de adultos mayores.

Mons. Fernando Ariztía, en la misa de exequias, destacó su labor pastoral y social y lo llamó “Evangelio viviente”. Agregó que “él amó a Jesús y su Evangelio, desde ahí miró el entorno social, en especial a los pobres y a los niños, anunciando y denunciando todo lo que afecta y destruye la vida del hombre”.

El P. Roberto Lebegue hizo vida las palabras que dirigió a los trabajadores en la Plaza de Maipú: “Me puse de lado de los pobres, de sus manifestaciones mezcladas de buen trigo y de cizaña”. Fue en esa tarde de aquel lejano junio de 1970, cuando faltaban pocos meses para la elección del Presidente Salvador Allende y cuando firmó su artículo como “sacerdote – peluquero”.