Acerca de la Convención Constitucional y nuestros estigmas

Claudio Jorquera Aceituno. Kairós News. 6 julio, 2021

Llegaron los feos y las feas. Mapuches, aimaras, diaguitas, kolla, rapanuí, yagán, kawésqar, chango, atacameño, junto a pobladores y residentes en barrios marginales. En suma, llegó la gente que sale en la tele solo cuando hay asaltos, tomas de terreno, decomiso de drogas, quema de campos o cuando “las almas caritativas” le entregan limosnas.

Para incomodar más a la gente linda -o a los que se creen lindos- una mujer, mapuche y profesora fue nombrada presidenta del organismo que debe redactar una nueva Constitución.  Tres atributos despreciados por los ganadores o por los que aspiran a serlo.

Una mujer. Las que hacen “cosas de mujeres” y que los hombres, los machos, no pueden hacer. Un ser que no merece ganar lo mismo que los hombres, aunque realice trabajos iguales.

Una mapuche, una “india”. Todavía hay muchos que deprecian a los pueblos originarios y los minusvaloran. Una “mapuchita” fue nombrada presidenta, dicen algunas personas que las “acogen” para darles trabajos menores, porque “son curaditos y flojos”.

Una profesora. Una persona que tiene una profesión despreciada en la sociedad de consumo que vivimos. Una actividad muy valorada en las palabras, pero no en los sueldos  ni en la valoración social. Es profesora “nomás”. Para los que hacen gestos de desprecio hay que explicarles sus logros académicos. Desde su primer título ha llegado a ser doctora en varias disciplinas y académica universitaria. Ahí, entonces, el gesto despreciativo cambia.

Sí, llegaron las personas feas, a veces violentas, a veces groseras, pero iguales en dignidad y derechos de los que los desprecian. Arribaron quienes viven en la periferia, los que son distintos , los que no pertenecen a mi grupo de WhatsApp y, por eso, no importan.

El domingo 4 de julio no hubo el protocolo acostumbrado en las ceremonias oficiales. No estuvieron presentes las “máximas autoridades civiles, militares y eclesiásticas”. Solo un pequeño grupo, seguramente, echaba de menos esa “etiqueta” propia de la tradición que deja de lado a los “rotos”, “ordinarios”, “mujercitas y hombrecitos”, a la “gente que no es como uno”. Rictus de desprecio, miradas duras de rostros acostumbrados a ser obedecidos, palabras destempladas de mujeres “intelectuales” expresaban la incomodidad de compartir con los que rechazaron.

Para los creyentes y para los hombres y mujeres de “buena voluntad”, el llamado del Papa Francisco, en Frattelli Tutti,  adquiere plena vigencia. Él convoca a «reconocer, garantizar y reconstruir concretamente la dignidad tantas veces olvidada o ignorada de hermanos nuestros, para que puedan sentirse los principales protagonistas del destino de su nación (…) Frecuentemente se ha ofendido a los últimos de la sociedad con generalizaciones injustas. Si a veces los más pobres y los descartados reaccionan con actitudes que parecen antisociales, es importante entender que muchas veces esas reacciones tienen que ver con una historia de menosprecio y de falta de inclusión social» (FT 233-234)

El domingo, llegaron los feos y las feas, los “indios”, “flaites” y “mujercitas”. Un lector de El Mercurio escribió en las Cartas al Director : “¿Qué de bueno puede salir de todo esto?”. La respuesta puede ser una nueva pregunta: ¿bueno para quién?