Adriana Valdés: «El ojo que ves no es/ ojo porque tú lo veas/ es ojo porque te ve»

Adriana Valdés: «El ojo que ves no es/ ojo porque tú lo veas/ es ojo porque te ve»

Adriana Valdés, Directora de la Academia Chilena de la Lengua, Presidenta del Instituto de Chile

El Mercurio, 20 de agosto de 2021. A3

Son versos muy breves de Antonio Machado, leídos a los diecisiete años y presentes desde entonces. La primera vez me marearon. Invierten la posición: de mirar a ser mirado. De construirme como persona desde mi propia conciencia, a ser construido por conciencias múltiples y diversas, adivinadas en los ojos de los demás. Qué mosaico, pienso.

Robert Graves hablaba de un mundo de «broken L images», de imágenes rotas, fragmentadas, cuando escribía en el siglo pasado. La pintura dejaba de lado el punto de fuga y la línea del horizonte. Vicente Huidobro escribía: «Soy el viejo marino que cose/los horizontes cortados». Pura poesía, dirá la lectora. Y en Chile, sabe ella, algunos tienen la execrable costumbre de decir «lo demás es poesía» o «lo demás es música», cuando hablan de detalles intrascendentes.

Los convencionales constituyentes han de sentir algo de mareo. Se encuentran con miradas que no son las suyas, y que los ven desde una perspectiva distante y en más de algún caso hostil. La Convención no es un paisaje pintado ni menos una naturaleza muerta. No hay una sola línea de horizonte, sino muchas, y cada una legitimada por democracia.

Todos allí están electos democráticamente y tienen iguales derechos. La diferencia está en la composición. Paritaria en cuanto a género (la primera en el mundo) y presidida por una mujer indígena, democráticamente electa también, que se doctoró en educación multicultural. «Si esta convención ha podido elegir a una mujer», dijo una extranjera, «y a una mujer indígena, es señal de puede hacer grandes cosas».

No todo ha sido encuentros. En que la semana pasada hubo también encontrones. Sin embargo, los choques no llevaron a la confrontación entre adversarios, sino a una reflexión profundizada, a reconsiderar posiciones, y a elocuentes defensas de la inclusión de todos los puntos de vista, aun los que nos parecen aberrantes y equivocados. Libertad de expresión, democracia hasta que duela. Una diferencia de la Convención respecto, por ejemplo, del Parlamento. La cara de Chile en la Convención es otra, más diversa e inclusiva, más franca y más dolida: se siente más real. Puede calificarse lo que digo de ingenuidad. Yo prefiero llamarlo esperanza, pero una esperanza activa, atenta, vigilante, que da su opinión e influye en lo que puede. Se trata de no defraudar las tremendas expectativas que ha generado nuestra convención.

¿Mito? No me lo parece, dicho así, como si el mito fuera falsedad. No quiero privarme de citar a este respecto a Fernando Pessoa: «El mito es la nada, que es todo  (…) Así la leyenda escurre/ y entra en la realidad/ y la fecunda a su paso. / Abajo, la vida, mitad/ de nada, muere». Sin mito fecundante, sin esperanza activa, volveríamos a la política que ha desacreditado a los partidos y los ha dejado sin piso y sin ver más allá de sus narices. La Convención es otra cosa y la esperanza de otro Chile, en que los horizontes cortados vuelvan, en el mosaico de nuestras identidades, a configurarse de otra manera. De manera mejor, más amplia, fecundada por las diferencias.